La palabra viviente.
Perdida en las penumbras de infinitos crepúsculos,
dejé de ser murmullo para sentirme grito
y comencé a elevarme
como el humo grisáceo que se aleja sereno del fuego mortecino.
La palabra viviente se deslizó en la sombra para buscar el tibio refugio de mi oído
y yo empecé a rasgar
con mis dedos salvajes
la urdimbre campesina de mis pobres vestidos,
los rústicos andrajos que descubren colmenas,
arroyuelos y torres,
girasoles heridos,
los surcos fecundados por canciones de lluvia
socavando senderos en sucios laberintos por mi vientre de greda.
Auténtica cautiva del lenguaje dormido en su entraña de viento
donde bebo la ardiente plenitud de las llamas
tenaces
que me impiden volver a ser silencio.
Perdida en las penumbras de infinitos crepúsculos,
dejé de ser murmullo para sentirme grito
y comencé a elevarme
como el humo grisáceo que se aleja sereno del fuego mortecino.
La palabra viviente se deslizó en la sombra para buscar el tibio refugio de mi oído
y yo empecé a rasgar
con mis dedos salvajes
la urdimbre campesina de mis pobres vestidos,
los rústicos andrajos que descubren colmenas,
arroyuelos y torres,
girasoles heridos,
los surcos fecundados por canciones de lluvia
socavando senderos en sucios laberintos por mi vientre de greda.
Auténtica cautiva del lenguaje dormido en su entraña de viento
donde bebo la ardiente plenitud de las llamas
tenaces
que me impiden volver a ser silencio.
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