A Jesús.
¡Qué locura anunciar el reino de los pobres!
Las bienaventuranzas siempre están reservadas.
¿No te explicó tu padre
en la carpintería
lo arriesgado de ser portavoz de esperanza?
Como premio te han dado esta cruz de madera
y clavan
impiadosos
tu cuerpo lacerado
los hombres que hasta ayer te llamaban Maestro
y hoy niegan ante el mundo que una vez te escucharon.
Sin embargo
tú sabes
la semilla lanzada seguirá germinando
en el suelo que holló tu paciente sandalia
bajo este mismo sol
que ha escondido su rostro por no ver tu dolor.
Después vendrán los otros,
los mártires anónimos,
los que habrán de morir en la arena del circo
en las fauces de extraños y sangrientos leones,
cercados por el fuego que encendió su vecino.
Apaleados,
ahorcados,
lapidados,
lanceados,
soportando en silencio sus infinitas muertes
de carnes desgarradas por sus propios hermanos
totalmente culpables de pensar diferente.
Y morirán los niños
con sus vientres hinchados esperando otro reino que no está en este mundo
sólo porque sus padres no empuñarán las armas
agitando banderas de un amor absoluto.
Te asesina en la tarde eclipsada del Gólgota
las órdenes que emanan de los más poderosos
y tu doctrina mansa,
paradójicamente,
ha de ser instrumento de ulteriores despojos.
La humanidad perdida en tus simples palabras
que seguirán viviendo cuando llegue la noche
y todos los difuntos esperen tu llegada…
¡Qué locura anunciar el reino de los pobres!
¡Qué locura anunciar el reino de los pobres!
Las bienaventuranzas siempre están reservadas.
¿No te explicó tu padre
en la carpintería
lo arriesgado de ser portavoz de esperanza?
Como premio te han dado esta cruz de madera
y clavan
impiadosos
tu cuerpo lacerado
los hombres que hasta ayer te llamaban Maestro
y hoy niegan ante el mundo que una vez te escucharon.
Sin embargo
tú sabes
la semilla lanzada seguirá germinando
en el suelo que holló tu paciente sandalia
bajo este mismo sol
que ha escondido su rostro por no ver tu dolor.
Después vendrán los otros,
los mártires anónimos,
los que habrán de morir en la arena del circo
en las fauces de extraños y sangrientos leones,
cercados por el fuego que encendió su vecino.
Apaleados,
ahorcados,
lapidados,
lanceados,
soportando en silencio sus infinitas muertes
de carnes desgarradas por sus propios hermanos
totalmente culpables de pensar diferente.
Y morirán los niños
con sus vientres hinchados esperando otro reino que no está en este mundo
sólo porque sus padres no empuñarán las armas
agitando banderas de un amor absoluto.
Te asesina en la tarde eclipsada del Gólgota
las órdenes que emanan de los más poderosos
y tu doctrina mansa,
paradójicamente,
ha de ser instrumento de ulteriores despojos.
La humanidad perdida en tus simples palabras
que seguirán viviendo cuando llegue la noche
y todos los difuntos esperen tu llegada…
¡Qué locura anunciar el reino de los pobres!
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