Raíces ocultas.
A mi esposo.
Cuando nos encontramos
sólo era una semilla temblorosa y perdida en las alas del viento.
Una semilla náufraga
flotando a la deriva,
volando entre deshechos en la noche de enero.
Una semilla sucia de arrastrarse en el polvo buscando en el crepúsculo
su lugar y su tiempo.
Tan sólo una semilla,
una simple semilla,
una pobre semilla bajo el lejano cielo,
mirando
indiferente
como la desgarraban las agudas espinas de los arbustos nuevos.
Una loca semilla que la brisa empujaba por territorios áridos,
desolados y yermos,
ocultándole al mundo el destino inmutable de siembra prisionera
en su vientre sediento.
Tu muro estaba erguido en mitad del camino.
Mis dedos vagabundos rodaron por tu pecho
y encontraron el sitio para iniciar su vida en la húmeda tibieza de tus hondos cimientos.
Eras un muro sólido de cálidos ladrillos
Recibiendo
a sus pies
los secos tegumentos
–guardianes inservibles para mis ansiedades-
y aferré las raíces a tu fecundo suelo.
El muro solitario
de obstinado mutismo
donde adherí,
despacio,
la hiedra de mis versos
hasta ser una sola pradera vertical que se levanta
altiva
en un mundo desierto.
Más fuerte que las ráfagas furiosas que golpean
en su muralla verde
buscando los secretos que amarran al revoque sus tímidas raíces
nutridas de tu fuerza
que es todo sentimiento.
A mi esposo.
Cuando nos encontramos
sólo era una semilla temblorosa y perdida en las alas del viento.
Una semilla náufraga
flotando a la deriva,
volando entre deshechos en la noche de enero.
Una semilla sucia de arrastrarse en el polvo buscando en el crepúsculo
su lugar y su tiempo.
Tan sólo una semilla,
una simple semilla,
una pobre semilla bajo el lejano cielo,
mirando
indiferente
como la desgarraban las agudas espinas de los arbustos nuevos.
Una loca semilla que la brisa empujaba por territorios áridos,
desolados y yermos,
ocultándole al mundo el destino inmutable de siembra prisionera
en su vientre sediento.
Tu muro estaba erguido en mitad del camino.
Mis dedos vagabundos rodaron por tu pecho
y encontraron el sitio para iniciar su vida en la húmeda tibieza de tus hondos cimientos.
Eras un muro sólido de cálidos ladrillos
Recibiendo
a sus pies
los secos tegumentos
–guardianes inservibles para mis ansiedades-
y aferré las raíces a tu fecundo suelo.
El muro solitario
de obstinado mutismo
donde adherí,
despacio,
la hiedra de mis versos
hasta ser una sola pradera vertical que se levanta
altiva
en un mundo desierto.
Más fuerte que las ráfagas furiosas que golpean
en su muralla verde
buscando los secretos que amarran al revoque sus tímidas raíces
nutridas de tu fuerza
que es todo sentimiento.
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