Judas.
Cantan en mi bolsillo con su risa de plata.
Cantan mientras aplasto las piedras del camino.
Están frescas al tacto,
titilan como estrellas a la luz de la luna que les presta su brillo.
Treinta piezas de plata amparan mi futuro.
Los días que me restan no sufriré pobreza ni las humillaciones que trae aparejadas.
Seré dueño del mundo con mis treinta monedas.
Un mañana sin sombras a cambio de ese beso que le daré al Maestro en el huerto dormido,
debajo de los ásperos y retorcidos troncos
cargados de amargura
de los viejos olivos.
Ya puedo divisar el fulgor de la hoguera.
Él está de rodillas
¿orando por su vida?
¿orando por mi vida?
¿orando por nosotros mientras ruedan las lágrimas por su mejilla ardida?
Es tarde para todo.
Nuestra suerte está echada.
He besado su rostro crispado de dolor y ahora me sobrecoge su voz estremecida:
-¿Con un beso, Iscariote, entregas a tu Dios?
Lo detienen los siervos que han venido del templo.
Hay sombras que se agitan y se alejan temblando.
¡Qué sola va su espalda por la calle olvidada caminando los pasos que le fueron marcados!
La luna se ha escondido entre nubes dispersas.
Nada quiebra el silencio del huerto solitario
hasta que mi bolsillo se estremece cantando con la ruin melodía de mis treinta denarios.
¡Qué fuertes los olivos!
¡Qué gruesas esas ramas!
El peso de mi cuerpo no podría quebrarlas…
Si todo estaba escrito, ¿por qué fui el elegido?
¿Quién puso en mi bolsillo treinta piezas de plata?
Cantan en mi bolsillo con su risa de plata.
Cantan mientras aplasto las piedras del camino.
Están frescas al tacto,
titilan como estrellas a la luz de la luna que les presta su brillo.
Treinta piezas de plata amparan mi futuro.
Los días que me restan no sufriré pobreza ni las humillaciones que trae aparejadas.
Seré dueño del mundo con mis treinta monedas.
Un mañana sin sombras a cambio de ese beso que le daré al Maestro en el huerto dormido,
debajo de los ásperos y retorcidos troncos
cargados de amargura
de los viejos olivos.
Ya puedo divisar el fulgor de la hoguera.
Él está de rodillas
¿orando por su vida?
¿orando por mi vida?
¿orando por nosotros mientras ruedan las lágrimas por su mejilla ardida?
Es tarde para todo.
Nuestra suerte está echada.
He besado su rostro crispado de dolor y ahora me sobrecoge su voz estremecida:
-¿Con un beso, Iscariote, entregas a tu Dios?
Lo detienen los siervos que han venido del templo.
Hay sombras que se agitan y se alejan temblando.
¡Qué sola va su espalda por la calle olvidada caminando los pasos que le fueron marcados!
La luna se ha escondido entre nubes dispersas.
Nada quiebra el silencio del huerto solitario
hasta que mi bolsillo se estremece cantando con la ruin melodía de mis treinta denarios.
¡Qué fuertes los olivos!
¡Qué gruesas esas ramas!
El peso de mi cuerpo no podría quebrarlas…
Si todo estaba escrito, ¿por qué fui el elegido?
¿Quién puso en mi bolsillo treinta piezas de plata?
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